Se instala un nuevo amo
(Tomado de Le Nouvelliste)
Frantz Duval
Haití.- Lentamente, de manera segura y sin que se note, la República Dominicana se está perfilando, todo entre sombras y rumores, como el nuevo amo del juego en Haití.
La historia de la isla cambia el 13 de enero 2010, el día siguiente al terremoto que devastó la capital haitiana. Leonel Fernández, un estratega alerta, es el primero que puede proporcionar una visión general de Puerto Príncipe desde un helicóptero. Se da cuenta de la magnitud del desastre y comprende que el atraso entre las dos naciones que comparten la isla La Española se ha profundizado drásticamente.
La distancia se hace abismal en solo 35 segundos. La cifra, después del terremoto, se calcula en decenas de miles de millones de dólares, en décadas de atraso; pero también en un inmenso vacío en el liderazgo. Por un lado, hay un país que sabe lo que quiere; del otro, los líderes son incapaces de saber lo que podrían desear. Ahí radica toda la debilidad de Haití. No hay élite. No hay ningún proyecto importante. En ningún sector. No hay motores. Reina la tracción animal. Nos mueven nuestros instintos. En todo.
Nuestros hijos están en sus escuelas, sus productos en nuestros platos, nuestros políticos están comiendo en sus pesebres, su presidente es nuestro portavoz en la escena internacional. Desde arriba hasta debajo de la sociedad haitiana se está estableciendo un nuevo lazo de dependencia
Fernández también sabe que la miseria de Haití será una carga compartida. Así que decide darle a su país el fruto de las oportunidades que el terremoto no tardará en acarrear. Leonel Fernández, un político, un hombre de Estado y presidente en varias ocasiones, ha comprado después de años las mejores bibliotecas haitianas. Habla francés, se impregnó del alma haitiana, y mira a Haití con avidez, como a una presa jugosa. Él sabe que ha llegado el momento de tenderle la mano a su amigo herido.
Como primer jefe de Estado en hacerlo, visita a un René Préval aturdido todavía, que lo acepta como al Mesías. Aunque nadie ha prometido aún ayuda práctica al jefe del Estado haitiano, el vecino enemigo, el amigo forzado, está ahí y ofrece ayudarnos.
En un solo día, se vienen abajo todas las barreras de la historia. La frontera se abre, nuestra desconfianza se evapora. Nuestro orgullo, para no dejarse seducir, cierra los ojos y se deja atrapar.
Seguirán la ayuda de emergencia, la primera reunión de donantes, la oferta de la Universidad en Limonade, el establecimiento de acuerdos políticos para garantizar el futuro de unos y otros, los contratos reales. La asombrosa velocidad de la apertura ocasiona pequeños y grandes lapsus, pero la buena fe de los líderes en ambos lados de la isla no deja en el suelo sino a los ingenuos...
El cólera, nuestra incapacidad crónica para manejar cualquier cosa, la flojera de nuestros otros amigos de la comunidad internacional, harán el resto. Con asombro o con una molestia resignada, los haitianos, cada uno en lo que le concierne, descubren la capacidad de los dominicanos, del sector privado y del sector público para prever, para invadir, para invertir en cada espacio en barbecho, por la incompetencia o la indiferencia haitiana.
La campaña electoral no cambia nada en el despliegue metódico de nuestros nuevos mejores amigos. Todo lo contrario. Se convoca, no se invita, a los candidatos importantes con mayor frecuencia que nunca antes a la República vecina.
El Presidente electo tiene una oficina en el palacio de su vecino -se bromea irónicamente- pues los helicópteros del ejército y de la Presidencia dominicana lo llevarán al otro lado de la frontera, por sí o por no, durante los primeros días.
Las alianzas se sellan entonces para que los miles de millones de gourdes se cambien por productos y servicios dominicanos. Después de nuestra fuerza de trabajo se suscribe a los campos, sitios de construcción y hoteles en la parte oriental de Haití, el ahorro haitiano es el que se va. Del 13 de enero 2010 hasta hoy, Haití se ha convertido en el principal cliente de la República Dominicana. Y esto apenas está comenzando.
Como tenemos el dinero de la diáspora, los dólares de Petrocaribe, algunas subvenciones de la comunidad internacional, y no hay ningún proyecto nacional, los dominicanos serán nuestros mejores proveedores de productos e ideas.
Nuestros hijos están en sus escuelas, sus productos en nuestros platos, nuestros políticos están comiendo en sus pesebres, su presidente es nuestro portavoz en la escena internacional. Desde arriba hasta debajo de la sociedad haitiana se está estableciendo un nuevo lazo de dependencia.
Mañana, después de las empresas constructoras, los bancos, las agencias de seguridad, las sucursales de las empresas dominicanas de todo tipo van a seguir el camino abierto por las esteticistas y las damas de pequeñas virtudes que tanto amamos.
Un nuevo amo se instala en la morada de nuestros padres, y nosotros los dejamos hacer, mientras en el fondo decimos: “Ahí está otro más, ¿cuál es la diferencia?”
El presidente Michel Martelly, condecorado con la Orden de Duarte, el más alto galardón de la República Dominicana. ¡Qué gran recompensa para él decir que si René Preval había hecho una elección forzada, gracias a él continuará, con fervor, en la misma dirección! A través de nuestro Presidente, todos los haitianos son honrados. Somos los habitantes condecorados de un país que se desdibuja. Poco a poco, de manera segura y sin que se note.
duval@lenouvelliste.com
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