Por Cándido Mercedes
En el marco de las distintas formas de gobierno, una sociedad puede tener una Monarquía, una Oligarquía y una Democracia. La Monarquía es el gobierno determinado, regido por una sola persona. La Oligarquía está dirigida por un pequeño grupo de personas de una fuerte influencia; y, la Democracia tiene representantes de la población total. En nuestro país, con sus características específicas, por la realidad que la contiene, podríamos aprehender y crear una nueva categoría que responda a lo factual: Oligardemocracia.
Por su forma, Democracia, por su contenido, una verdadera Oligarquía. Tenemos un Congreso, empero este es una caja de resonancia del Ejecutivo; un mero eco costoso, que de forma aparencial nos representa y “expresa” el arcoíris de ideas y posiciones de la sociedad.
Cuando tratamos de auscultar la identificación a través del método de toma de decisiones, nos damos cuenta que es esa Oligardemocracia, constituida por 26 personas, que guían y orientan a toda la sociedad y nos han llevado a donde nos encontramos. Ellos, se han convertido en una verdadera elite, que sin tener una cualidad o capacidad superior, a través del Estado y la perpetua acumulación originaria de capital, han podido cristalizarse en un ente superior, que desde el Estado mismo, buscan autoperpetuarse. Como diría el Sociólogo Norteamericano C. Wright Mills “actúan de común acuerdo para controlar el poder”.
El Estado es a esa Oligardemocracia, lo que la sangre es al vampiro. En ese proceso de autoperpetuación, sufren una metamorfosis en varias escalas: Corporatocracia = Negocios + Política; que a su vez, deviene en una Plutocracia = Elite Económica y Política. Todo ello, teniendo al Estado como soporte fundamental.
Se construye todo un tinglado, un andamiaje organizacional, una arquitectura estructural y económica, que solidifica y cimenta a esa Oligardemocracia. Las diferencias son de matices, de estilos. Lo trascendental para ellos es la autoperpetuación. Es lo que explica La Nómina, una política social-asistencial que no saca a nadie de la pobreza, sino que lo eterniza. 7 reformas tributarias y ninguna FISCAL; una proclamación de las leyes solo cuando les conviene y un discurso y una praxis enteramente bipolar. Una arenga cuya ideología es el manto del pasado sin historia.
Los grupos de influencia que hace dos décadas constituían un referente importante para los temas cruciales de la sociedad, hoy han ido desapareciendo y la Oligardemocracia, los oye, los deja hablar, pero no los escucha. Ellos son el Poder Real; anulando en gran medida, el poder de las organizaciones como mecanismo de presión. Lo que ha hecho la Oligardemocracia es sustanciarse económicamente y realizar alianzas con sectores económicos y neutralizar a otros sectores poderosos a través de facilidades concretas, vía el Estado; pero no de políticas públicas para toda la sociedad.
La hegemonía que es la esencia de la Oligardemocracia va anulando poco a poco el Pluralismo como doctrina, que establece que el poder está “repartido entre varios y distintos grupos en la sociedad”. La Oligardemocracia lo unifica, lo hilvana, en un proyecto sin cambios, que es al mismo tiempo su propia contradicción y destrucción. No es sostenible a mediano plazo puesto que significa una autoperpetuación con exclusión, con marginación, con demasiada desigualdad y una disminución significativa del Capital Social y en consecuencia de LA COHESION SOCIAL.
El Poder Ciudadano es la antípoda a ese proyecto de dominación tan egocéntrico y manipulador. Un poder ciudadano que genere una verdadera influencia en la sociedad, que lleve a miles de ciudadanos a tener un Poder Social. Generar un poder ciudadano que se fundamente en el Poder Personal, que es aquel donde el individuo puede determinar el curso de su propia vida, con muy poca influencia externa. Un poder ciudadano que en la necesaria mutación, transformación se empodere en el sentido de su presente en una perspectiva conjugada de futuro. Que su visión de un mañana mejor lo glorifique a tener un sentido de dignidad, de entereza, de templanza; que lo despierte en que solo con una verdadera militancia podremos igualar los espacios públicos y se hagan políticas públicas que vayan más allá del personalismo y del caudillismo en pleno Siglo XXI.
Necesitamos, en esta encrucijada histórica, algo más que seres humanos como diría Don Oscar Arias Sánchez, Expresidente de Costa Rica y Premio Nobel de la Paz , en su Conferencia del 31 de Octubre en el Aniversario XX de Participación Ciudadana, para que ellos pasen a ser ciudadanos. El ciudadano es una categoría especial, que no es más que aquel que comprende sus deberes y derechos y asume compromisos. Compromisos y consciencia que los llevan a un poder ciudadano que cuestiona todo lo mal hecho; que cuestiona la falta de transparencia; que cuestiona la corrupción; la desigualdad, la pobreza y la debilidad institucional.
El Poder Ciudadano, que una parte significativa de ellos van convirtiéndose en un Poder Social que emergerán en los necesarios Movimientos Sociales, que son los que catapultarán la derrota de las formas de hacer política y la manera como la Oligardemocracia ha hecho de nuestro país un país caro, desorganizado socialmente y con una inseguridad pasmosa, producto de una política meramente reactiva-correctiva.
Los avatares del poder ciudadano son difíciles, empero, son los únicos, en estos momentos que abren la posibilidad de nuevas ventanas, para un porvenir cargado de mejores esperanzas, para un futuro preñado de mejores horizontes; de mejores certidumbres, para dejar atrás este manto de presagios inciertos, de disfunciones que trocan el tejido social, produciendo una verdadera disonancia que nos disloca como nación y nos impide un proyecto colectivo con armonía de objetivos comunes.
¡Es el desafío para anular a esta Oligardemocracia que excluye y desgarra, en una disfonía sin par!