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El pasado sábado, 19 de marzo, miles de ciudadanos y ciudadanas que asistieron a un concierto en el coliseo La Arena del Cibao, en la ciudad de Santiago de los Caballeros, reaccionaron al unísono con un estruendoso abucheo ante la sola mención del nombre del presidente Leonel Fernández Reyna.
Según narró un testigo de primera línea de este hecho, el periodista Máximo Laureano, redactor de Acento.com.do en Santiago, José Antonio Rodríguez comenzó a dar las gracias a las instituciones, empresas y personas que habían hecho posible el concierto que él y Silvio Rodríguez darían.
Al intentar pronunciar el nombre del presidente dominicano, la multitud -de manera espontánea pero tan al unísono que pareció cosa ensayada- lanzó un fuerte ¡buuuu!
Ante los intentos de José Antonio por calmar los ánimos, el ¡buuu! fue repetido con mayor intensidad y encono.Cuando el cantautor dominicano dijo que sólo se trataba de un agradecimiento por las facilidades que había dispuesto el gobierno para el concierto, la gente poco a poco se calmó, y el concierto pudo desarrollarse sin mayores inconvenientes.
De este incidente se pueden extraer dos lecciones. La primera: Los líderes que permanecen muchos años de corrido en el poder, rodeados de adulones y oportunistas de todo tipo, pero aislados de la población e incluso de sus partidos políticos, comienzan por no hacer caso a ninguna observación crítica de opositores ni de partidarios (¡Presidente, no les haga caso, esos son enemigos suyos! ¡Le tienen envidia! ¡Son de la oposición!).
Luego desprecian a cualquier sector o ciudadano que ose señalarle un error o hacerle una sugerencia (¡Nadie puede negar lo que hemos hecho por el desarrollo de nuestro país! ¡El gobierno no puede hacerlo todo!)
Y terminan por caer en un aislamiento, encerrados en una burbuja de mentiras que los aleja de la realidad de su propio pueblo (¿Por qué se quejan y reclaman tanto? ¿Hicieron los pasados gobiernos lo que yo he logrado? ¡Todo el mundo puede observar que el país ha avanzado mucho conmigo!).
De esta manera el gobernante queda atrapado en su propio mundo, auto convencido de que tiene una encomienda del destino, casi celestial, a la cual no debe renunciar por nada del mundo, no importa que para seguir en esa misión haya que atropellar y quitar de en medio a quién sea y a cuántos sean, pisotear cualquier ley e incluso la Constitución que él mismo ideó (¿No ven que es el pueblo que de manera creativa y espontánea me pide que siga dirigiéndolo por el buen camino?)
Y para evitar que algún ruido molestoso horade la burbuja y lleguen hasta el Supremo las quejas del ciudadano que todos los días se enfrenta a la cruda y dura realidad, a su lado siempre habrá quien se ocupe de hacer lo necesario para acallar las voces críticas, para disponer a su antojo del tratamiento adecuado del adulón profesional y solícito o para asegurar el silencio y la ceguera cuando fueren necesarios.
Grave error, porque la realidad existe con sus propias complejidades, y no se parece en nada al mundillo aislado del señor presidente y sus más cercanos. Los líderes deben de tener presente que el poder los desgasta. En 2004 e incluso en 2008 probablemente la mención del presidente Fernández habría generado aplausos o, por lo menos, no habría producido un abucheo.
Y aquí viene la segunda lección: A pesar de todo el derroche de canonjías, no todos los hombres y mujeres de la República Dominicana pueden ser comprados. Hay mucha gente con dignidad entre los hijos e hijas de Juan Pablo Duarte. Y donde a muchos les falta decoro, hay siempre otros que tienen su propio decoro y el que falta a los demás (nos enseñó Martí).
Por eso no es posible evitar que las verdades salgan a flote ni ocultar por siempre los hechos que no agradan al poder. No importa que se impongan las aprobaciones de leyes sin el número de legisladores necesarios con el único propósito de cocinar un proyecto continuista contra viento y marea.
La mentira no puede transformar la realidad ni puede sostener un engaño por mucho tiempo. Para la mayoría de los reporteros que cubrieron el concierto de Silvio Rodríguez en la Arena del Cibao el abucheo al presidente Leonel Fernández no ocurrió. Pero como no todo el mundo se vende, como no todo el mundo calla por temor o favor, ahí estaba Máximo Laureano haciendo la diferencia, marcando el acento.