De: Acento.com.do
El sábado comenzaron los bombardeos de las fuerzas aéreas y marítimas de Estados Unidos, Francia y Gran Bretaña contra los que se suponen son objetivos militares del gobierno de Muammar el Gadafi, el gobernante de Libia.
En esta guerra, autorizada por la Organización de las Naciones Unidas, organismo que su supone debe velar por la paz mundial, también participan España, Italia, Cánada y Colombia, aunque no de manera tan directa como las tres grandes potencias que encabezan los ataques.
Incluso, no ha faltado la bendición eclesial para un hecho tan horrendo como una guerra, pues los obispos italianos consideraron que los bombardeos tienen “un noble fin humanitario”.
Está claro que el pueblo libio sufre desde hace 42 años un régimen despótico, dirigido por Muammar el Gadafi, quien se ha enriquecido a costa del sudor y el dolor de su pueblo, además de no respetar los más elementales derechos cívicos de sus conciudadanos.
Fue precisamente el pueblo libio, hastiado de Gadafi y su familia, que decidió emular a naciones vecinas, como Egipto y Túnez, y se lanzó a las calles a reclamar el fin de la tiranía.
Obviamente que, por diversos intereses, los rebeldes libios han estado recibiendo la ayuda foránea, y Gadafi, a su vez, ha contratado a mercenarios extranjeros para que masacren a su pueblo, en una acción inhumana que dice mucho de qué es capaz este dictador por aferrarse al poder.
Lo que no es lo plausible es que la ONU haya autorizado estos ataques de las grandes potencias que, por más tecnología avanzada que utilicen, terminarán matando a gente inocente, a civiles y militares, a niños e incluso a muchos de los rebeldes que luchan por la libertad en Libia.
Además, si los bombardeos desde aviones y barcos de guerra no logran que Gadafi deje el poder, ¿terminarán las grandes potencias ocupando militarmente a Libia y enfrascándose en una guerra en tierra con gran despliegue de infantería?
Las experiencias de Viet Nam, Afganistán (tanto para Rusia como para EE.UU) e Irak, entre otras, están frescas con todo sus secuelas de sangre, dolor y destrucción para los pueblos que han sufrido las invasiones, y con el dolor y la frustración para los invasores.
Obviamente que, por razones que nada tienen que ver con la solidaridad con el pueblo libio, las grandes potencias, que dominan a su antojo la ONU, impusieron este ataque, y el mayor costo lo pagará el pueblo libio, incluso una vez que Gadafi huya o sea muerto o depuesto.
La ONU debió seguir trabajando con la Liga Árabe y la Unión Africana para buscar una salida negociada al conflicto interno en Libia, presionando a Gadafi para que detuviera la masacre y despidiera a los mercenarios que contrató para reprimir a su gente.
Es inaceptable que en el siglo XXI, los gobiernos de los países que más hablan de democracia y derechos humanos, y que se creen dueños del derecho de criticar y clasificar al resto del mundo, protagonicen una masacre como la que en estos momentos llevan a cabo con sus bombardeos en Libia.
