Cualquier día. Cuento de Stanislaw
Peña
(Texto
completo)
Larga la fila,
pesadamente larga. La densa escala de vehículos parecía una exhibición que pudo
habérsele llamado “Vehículos en todos los estados”, porque realmente estaban en
todos los estados. Aproximadamente casi un kilómetro del carril derecho de la
autopista estaba ocupado por una fila bien ordenada. En el interior de la
estación las cosas eran diferentes; otra fila, más corta, pero desordenada,
parecía un gallinero: motoristas, pasoleros y personas portando envases
plásticos trataban de conseguir gasolina. Unos respetaban las normas; otros utilizaban
recursos irregulares o fraudulentos, como violar los derechos de turnos o
sobornar a los bomberos. La bulla y el alboroto no eran cosas de parar. Daba la
impresión que en cualquier momento podía armarse un altercado. El mercado negro
era infantil. Dos niños menores de catorce años hacían su agosto. Por la
interacción comunicativa entre esos diablillos y los bomberos se deducía cierta
familiaridad.
––Keco si vuelve a jodel te voy a da un cocotazo. Eta e la última ve que
te echo.
––Ven acá bombero, ¿y qué e? ––se quejó un usuario––, ¿y cuánta vece e
que tú le va a echal gasolina a ese carajito?, ¿tú te cre que yo voy a echal el
día aquí?, repetémono.
Mientras tanto, la línea que pujaba
desde afuera progresaba lentamente. Un señor barbado y rechoncho, indignado por
la carencia del combustible hablaba hasta por los codos. Como la mayoría de los
conductores u ocupantes de los vehículos se había acomodado en una sombra de la
acera. Por las condiciones de una DATSUN 120 Y, en la que andaba, parecía que
se dedicaba a comprar hierros viejos, algo así. Estaba en medio de la sucesión,
más o menos. Su discurso cascarrabias era una constante.
––Ete paí se jodió. Uté sabe lo que e uno perder la mitá de un día de
trabajo por culpa de eto charlatane dueño de bomba.
––Yo me huelo esto y hubiera llenado full ayer ––le dijo un joven de un
TOYOTA CAMRY.
Es que, el día anterior había sido
normal. La crisis se desató a partir de las siete de la mañana. Fue la
Asociación Regional de Dueños de Estaciones (AREDE), la que originó el problema,
al iniciar una huelga porque el gobierno había reajustado la tarifa de los combustibles.
Casi todas las estaciones de la zona habían paralizado sus servicios.
Un muchacho de un disco-light quiso
matar el tiempo poniendo a sonar un reguetón a alto volumen.
“A ella le gusta la gasolina, dale más
gasolina,
¡cómo le encanta la gasolina!, dale más
gasolina.
A ella le
gusta la gasolina…”
La pieza no terminó; sus compañeros
de procesión “le cayeron encima”.
––¡Quita esa vaina carajo! ¡Ahora sí qué emparejamo!
––Pero hermano, quite esa música, o bájela. Usté sí que sufre feliz ––le
sugirió otro.
La desorganizada retahíla de
motores y pasolas continuaba como un hervidero humano. Las discusiones no
faltaban.
––¡Ponte atrá de mí! ¡Tú llegate ahora y ya quiere ponerte alante!
––¿Quién te dijo que yo llegué ahora?
––¡Bombero toma cien y échame ochenta!
––¡Comportense, comportense!
La hilera de la autopista
continuaba su fastidiosa marcha. Algunos recurrían a la estrategia de los
envases, tratando de llenar de a poquito. Un BMW que estaba casi en la cola
desapareció del escenario con el tanque lleno. Una dama malhumorada con lentes
oscuros y pinta de riquita abandonó la fila en un MERCEDES; pero se fue como
llegó. Un tipo de una IZUZU, que la estuvo observando todo el tiempo, murmuró: “Esa
priva en fruta fina”.
Un entierro se haría vecino fugaz
de la columna exterior ocupando el carril izquierdo de la autopista. Llegó el
momento en que las dos concurridas vías, colmadas por completo, le dieron un
aspecto colateral al alargado espacio. Del lado izquierdo, el carro fúnebre al
frente, gente apretujada, apurando el paso; carros, guaguas, camionetas,
motores y pasolas… El calor sofocaba. El progreso inexorable de la marcha del
entierro rompió la impresión colateral, hasta que, descongestionado ya el
carril izquierdo, el derecho seguía ahí, prácticamente igual. Un señor bajito que
andaba en una guagüita CITROEN llena de embutidos, expresó coléricamente: “¡Pero
eta maldita fila no adelanta! La fila sí adelantaba, pero apenas se notaba. Un
individuo obeso, con bigote a lo Capulina, salió aparatosamente de su pequeño
carro. Tuvo la suerte de que le prestaran una silla. Se acomodó debajo de un
árbol que le proporcionó una apetecible sombra y se durmió. Parecía estar
durmiendo sobre un soporte simulado, porque la silla no se veía. La responsabilidad
de mover el vehículo cuando fuera necesario recayó sobre un compañero suyo. El
tipo ya roncaba. ¡Pero qué ronquidos! Parecían murmullos de monstruo. Alguien
se percató del ronca-ronca y de pronto un pequeño grupo rodeó al dormilón. Se
divertían con su bronca sinfonía, procurando que no despertara.
––¡Brurrrflowtouuuu! ¡Brurrrflowtouuuu!
El hombre roncaba sin parar. Cuando
un espectador sin querer le topó, se descubrió una nueva forma de gozadera,
pues cada vez que levemente le topaban el roncador meneaba la cabeza, la
acomodaba en una nueva posición y venía con un nuevo verso.
––¡Scroaaafreeezzzz! ¡Scroaaafreeezzzz!
En la fila interior, que ya no era
fila, se armó un tremendo pleito que terminó por desbaratarla. Cuando las cosas
parecieron calmarse apareció el administrador de la estación acompañado de un
vigilante armado.
––¡Párame la venta! ¡Si no pueden comprar como la gente seco como lo
perro se van a quedar!