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Fidias David Garcia cuevas Fidias David Garcia cuevas Author
Title: Cultura con mucha Altura en El poder Con Fidias
Author: Fidias David Garcia cuevas
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Las emigrantes   (Texto completo)   Stanislaw Peña T omando en cuenta las fuentes de ingreso de la que disponía, y de las perspectivas d...

Las emigrantes  (Texto completo)  Stanislaw Peña



Tomando en cuenta las fuentes de ingreso de la que disponía, y de las perspectivas de desarrollo social y económico con que contaba, Villa Rosa era una comunidad pobre. Allí todavía quedaban viviendas de estructuras y diseños típicamente rurales o pueblerinos; casas de madera y zinc, con largas puertas y ventanas de tablas. Tan bonitas, tan nostálgicas esas viviendas; espaciosas, de techos altos. Pero también había casas de la época, y casas mejores; donde quiera hay casas de diferentes categorías. Todavía quedaban en Villa Rosa tinajas y anafes, letrinas y barbacoas, y viejos fumando cachimbos…

Su patrimonio histórico de mayor relevancia era un antiguo ferrocarril. En el último extremo de la corroída vía yacía la cabeza de ese viejo tren macro oxidado, que servía de carroña a un ave de rapiña invisible, indestructible y eterna. Hace muchos años ese tranvía transportaba diariamente centenares de personas. Nadie se imaginaba ver ese pedazo de tren sino descansando sobre la destartalada vía férrea. No había manera de concebirlos separados: el tren era la vía y la vía era el tren. Toda la gente de Villa Rosa había oído el relato de una mujer que todas las tardes llegaba a la vieja estación, simulaba comprar su pase en la boletería;  luego recorría el desolado trayecto de la doble línea moribunda, entonces se sentaba sobre un pedazo de riel, al lado de la locomotora, y lloraba y se lamentaba. Decían que esa pobre mujer fue la única persona del pueblito que nunca montó en  el legendario tren. Su madre jamás lo permitió; porque una vidente le dijo que su hija menor moriría en un accidente de tranvía. La madre fue excesivamente precavida y supersticiosa; ni dejaba acercar a la niña por esos predios. Se conocía otra versión; un circunspecto hombre de negocios desvirgó a esa desdichada mujer y le prometió que regresaría a casarse con ella. Se despidió de la muchacha en el andén. La amada esperó, esperó… y cansada de esperar, perdió todo hálito de esperanza y enloqueció. Todos los pueblos tienen sus remembranzas, no importa lo rezagado o próspero que hayan sido. 

Villa Rosa se debatía entre su pintoresco folclorismo y su atraso económico, hasta que un grupo de osadas muchachas emprendió una modalidad progresista; viajar a países europeos. Utilizando diferentes recursos, tácticas y estrategias, emigraban hacia desarrolladas naciones en busca de un anhelo común: progresar económicamente en el presente y figurar su futuro asegurado; tanto el de ellas, como el de sus familiares inmediatos. En el extranjero lograban su objetivo de una forma rápida y notoria. Muchas se dedicaban a oficios degradantes o ilícitos; otras a labores domésticas o a otro tipo de trabajo digno. Cuando regresaban a su terruño, de manera transitoria o definitiva, despertaban en sus congéneres un deseo automático de igualarlas. Por eso el éxodo femenino hacia Europa se mantenía en ascenso en Villa Rosa. Pronto la principal fuente de ingresos de esa colectividad la proporcionarían las remesas que enviaban las emigrantes.

Ruth Esther Paredes escapaba a esas aspiraciones; una joven cristiana procedente de familia cristiana. A pesar de su buena educación profesaba un discurso que podía considerarse intransigente. Censuraba continuamente a las jóvenes emigrantes. Las consideraba arribistas amorales carentes de principios cristianos y éticos. El que quería escuchar una perorata colosal solo tenía que mencionar el tema de las emigrantes al lado de Ruth Esther. Mezclaba sus razonamientos con los del evangelio, entonces no había forma de pararla: “¿Por dónde e que tu te apaga Ruth Esther?”

En casa de doña Marcia, una lavandera que también recibía un chequecito de jubilada, dos muchachas decididas y persistentes le recordaban a su progenitora algo pendiente.

   ––¡Ay mami, yo no sé, yo no sé, pero yo me quiero ir de aquí! Yo quiero irme pa fuera, para salir adelante. Y ayudarte, tú sabe, mucha se han ido y…
   ––¡Y yo también, mami! Con nosotra pa lla tú va estar bien y nada te faltará… tú tiene que ayudarno…
   ––Sí mi sijas, yo estoy en eso, pero las cosa se hacen cuando se pueden…
   ––Mira a Sheila, esa ruyía, no salía de aquí. Cansá de cogerme cosa prestadas. La última vez que vino no quería ni pisar en el suelo. Me trató con una indiferencia que eso daba gana de llorar…
   ––Y Tania manita, la que encontraron en el río con Felipito.
   ––Sí pero con Tania nosotra no hicimo mucho coro; pero Sheila, esa velona, tanto favore que yo le hice, eso e lo que me duele.
   ––Ya muchachas, déjense de resentimiento. Yo les prometí que las voy a ayudar. No se deseperen, tengan paciencia…

En un colmado que aspiraba a colmadón unos hombres tomaban y charlaban alegremente.

   ––Eto si ta feo aquí en Villa Rosa, si eto sigue así aquí na ma vamo a viví niños y hombre; mujere vieja y ancianos. Eta mujere se están iendo toa pa fuera ––expresó uno.
   ––¿Y con quién es que uno va a bailar en la fieta? ––preguntó otro.
   ––Y vienen virá de allá pa ca ––agregó el dependiente––, utede saben que Fifa salía con Beato el hijo de Mayía, pero cuando la “suiza” regresó de su primer viaje ni caso le hizo.

Ruth Esther quiso aprovechar un trágico hecho para reforzar sus argumentos anti-viajeras. Trajeron de Italia a una joven muerta de SIDA. En los días posteriores al entierro, la religiosa comenzó a disertar apoyada de su acostumbrada prédica. El pastor de su iglesia la visitó; era urgente lo que quería comunicarle.

   ––Fíjese Ruth Esther, estamo consciente de su integridá y de su  buen ejemplo como ser humano y ciudadana. Es usté una muchacha excepcional pero está  asumiendo una actitú inapropiada al censurar de una manera muy personal y exagerada a esas jóvenes de la comunidá que buscan mejor suerte en territorios extranjeros. Usté sabe que hay problemática o  fenómenos sociales que nosotro como iglesia no podemos encarar de la forma que usté lo está haciendo mi estimada hermana. Me he enterado de que ha tomado coyunturalmente el caso de la compueblana que murió de SIDA en Italia, y por la manera que lo ha abordado, le ha dado, tal vez inconcientemente, una implícita publicidá. O sea, que ha sazonado esa desgracia de tal manera que ya mucha gente ha empezado a molestarse, especialmente la  familia de la difunta. Un hermano de ella  se me acercó y me dijo que tuvo la intención de salir a buscarla y agredirla,  pero que luego lo tranquilizaron y le aconsejaron que me visitara. Él me pidió que interfiriera en este asunto para así evitar problema. Y ya ve, aquí estoy yo, pidiéndole que desmonte sus misiles.
  
El sermón del pastor al parecer surtió efecto; la muchacha le pidió disculpas.

En una microempresa de cosmética, una parroquiana le preguntó a la dueña:

   ––Oye Cuca, ¿a ti no te ha pasao nunca por la mente eso de ite pa fuera?
   ––No, ¿y pa qué?, yo toy bien aquí. Yo no tengo yipeta ni pisina, pero me siento bien, vivo como la gente. Yo tengo mi sijos, mi esposo, nosotro trabajamo… tú sabe… ¿Y a ti?
   ––¡Claro que sí! Yo tengo un pie aquí y otro allá.

Un diciembre, la época navideña nunca había sido tan colorida y celebrada en Villa Rosa. Esa vez, de una forma extraordinariamente coincidente, un nutrido team de viajeras se asentó en su tierra natal. En el transcurso del mes fueron llegando poco a poco. Ya para el día quince había una legión entera. Por las polvorientas calles se veían transitar vehículos de lujo como nunca. Las fiestas eran interminables. Los lambones no se apeaban un jumo. Las muchachas ayudaban a los necesitados, a los indigentes, a los enfermos… Le hicieron una significativa donación a la comunidad escolar; equiparon la vieja escuela de una gran cantidad de computadoras, por lo que hubo que solicitarles a las autoridades un área adecuada para las mismas. Las autoridades no solo respondieron positivamente, sino que terminaron por reconstruir la escuela entera. En ese lapso se iniciaron proyectos de inversiones que generarían más posibilidades de vida para los villarocenses. Todo gracias a las emigrantes. Eso era demasiado para Teresita, una jovencita de apenas dieciséis años que ya había registrado en su agenda la idea de salir de Villa Rosa y hacerse rica, como fuera. Al presenciar toda esa algarabía, sintió tanta indignación y tanta envidia la muchachita esa, que no pudo contenerse. Le imploró a su mamá que la enviara a la casa de una tía que vivía en otra comunidad, a pasarse lo que quedaba de las vacaciones escolares. 

Pasaron algunos años. Una fría noche de enero, un acostumbrado quórum de dóciles cristianos se congregaba en su iglesia. Una señora se acercó al pastor y le preguntó por Ruth Esther. El pastor le contestó que Ruth Esther ya no vivía en Villa Rosa, que ella vivía en España.  

809-454-5500

 
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